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CHUMA MONTEMAYOR

ARTISTA

Hay artistas que se obsesionan con la perfección, y hay otros que se adentran en la imperfección hasta volverla verdad. Chuma Montemayor pertenece a los segundos.


Su obra no busca pulcritud ni complacencia; busca entendimiento. Es el resultado de una vida que miró la oscuridad de frente y decidió hacer de ella un lugar habitable. Antes de dedicarse al arte visual, Chuma fue periodista. Durante años observó el mundo a través de la palabra y la cámara, registrando lo que ocurría afuera. Pero un suceso —el secuestro de su madre— lo llevó a mirar hacia adentro.


Ese episodio marcó un quiebre que transformó no solo su manera de mirar, sino su manera de existir.

Del registro al refugio


Las primeras imágenes de Chuma fueron ejercicios de observación: calles, estructuras, cuerpos en tránsito. Pero con el tiempo, la cámara dejó de ser una herramienta técnica para volverse una extensión de su memoria. Las figuras comenzaron a desdibujarse, las luces se filtraron, los bordes desaparecieron. La nitidez perdió sentido, y el desenfoque se volvió un lenguaje. Cada imagen empezó a parecer una respiración: un intento por retener lo que inevitablemente se escapa.


“No busco hacer arte bonito —dice—, busco entender lo que duele y lo que se mueve dentro.”

Sus fotografías y piezas intervenidas no ofrecen respuestas; abren espacio.

El foco roto, la transparencia, las capas superpuestas funcionan como una metáfora de la memoria: nunca está completa, nunca es exacta, pero contiene una belleza que solo aparece cuando se mira con paciencia. Desde entonces, la cámara se convirtió en un instrumento de reconstrucción.

Mirar, para él, es recordar sin perderse.


La memoria como materia


El trabajo de Chuma no nace de la nostalgia, sino de la lucidez. Su exploración parte del cuerpo y la mente, de las grietas que deja la experiencia, del modo en que la identidad se recompone después de la fractura.

Lo autobiográfico en su obra no es confesional, es arquitectónico: construye un sistema de signos que habla de la mente, del tiempo, del vínculo con el padre y la madre, de la fragilidad de la salud mental, del modo en que los recuerdos se borran y vuelven a aparecer. Cada pieza es una capa sobre otra capa: una superposición de emociones, de texturas, de ausencias.

Su proceso no busca borrar el pasado, sino convertirlo en forma. El desenfoque deja de ser error y se vuelve ética: aceptar que la claridad total no existe, que lo que duele también puede iluminar.

“El foco se rompe como se rompe la memoria, y en ese quiebre aparece lo verdaderamente humano.”

El arte como acompañamiento

En un mundo que exige inmediatez, el trabajo de Chuma propone silencio. Cada una de sus obras es una pausa: un recordatorio de que mirar lento también es una forma de cuidar.

Su estética está llena de vacío, pero no de ausencia; llena de luz, pero no de artificio. Nos invita a reconocer lo que no siempre se dice: que la vulnerabilidad puede ser un territorio fértil y que la fragilidad, bien observada, es una forma de fortaleza.

Su arte no busca impresionar, sino acompañar. Y en eso radica su poder. Hay una belleza que no grita; una belleza que se queda, que respira, que cambia con la luz del día y el estado del alma.

Encuentro natural con The Room Of

En The Room Of, Chuma encuentra un eco. Su obra encarna los valores que definen esta plataforma: sensibilidad, propósito, profundidad y una visión estética que nace de la experiencia humana.

Su lenguaje visual y emocional se alinea con la búsqueda de Cordelia por presentar arte con alma, arte que no solo decora, sino que transforma los espacios que habita. Chuma es uno de esos artistas que no solo se coleccionan, se viven.

Sus obras dialogan con la vida real, con la luz del hogar, con los silencios compartidos. Su estética —introspectiva, pausada, profundamente humana— refleja la filosofía del lujo emocional silencioso que define a The Room Of: la idea de que la verdadera sofisticación está en la honestidad, en la profundidad y en la calma.

¿Cómo mirar? (y por dónde empezar)

1

Empieza por lo que respira lento.

Las imágenes borrosas son una invitación al silencio. No piden explicación, piden tiempo.

2

Busca el diálogo entre texto e imagen.

Las piezas con escritura son llaves emocionales; abren el tono íntimo de toda su obra.

3

Piensa en capas.

Una pieza de Chuma funciona sola, pero su profundidad se multiplica al convivir con otras.

4

Convive con ella. 

No es una obra para colgar y olvidar. Es para vivirla: una presencia que cambia con la luz, con los días, con el ánimo.

Entre la herida y la luz


Chuma Montemayor no pinta ni fotografía para cerrar heridas, sino para mirarlas con respeto. Su obra es un recordatorio de que la belleza puede nacer de lo imperfecto, de que el arte no siempre sana, pero siempre acompaña.

En tiempos de ruido y velocidad, su trabajo es una pausa necesaria. Un espacio de silencio donde la fragilidad y la fuerza pueden coexistir. Y en ese equilibrio, entre lo que duele y lo que ilumina, Chuma nos recuerda que entender el dolor no siempre es superarlo; a veces, es mirarlo con una luz nueva.

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